A principios de año quedamos para vernos
después de algún tiempo y entre los planes próximos a compartir puse sobre la
mesa dos enclaves andaluces que desde años anteriores se habían quedado en el
tintero, y, de paso, poner los pies sobre la única provincia andaluza en la que
todavía no lo había hecho: Jaén.
Para mi sorpresa gustó bastante mi idea,
llevándonos de esta manera a organizar nuestra escapada fugaz hacia la tierra
de los olivares con la idea primero de visitar la Casa de las Caras en Bélmez y
luego, a una hora de distancia, las únicas huellas de dinosaurios halladas
hasta el momento en Andalucía, que se ubican en Santisteban del Puerto.
Con un día y medio de tiempo y viajando desde
Cádiz, encendimos motores para llegar hasta Cambil, donde pasaríamos la noche.
A media hora de Bélmez de la Moraleda, fue todo un acierto esta elección, pues por
internet un par de semanas antes dimos con una especie de apartamento totalmente
equipado, limpio y acogedor a un precio bastante económico. Nada que ver los
pueblos con las ciudades.
Tras una agradable noche y estancia en
Cambil, incluyendo un buen desayuno, nos dirigimos hacia Bélmez. Aunque había
oído bastante sobre el tema, era obligada la visita primero al Centro De Interpretación
De Las Caras De Bélmez, que, por un precio de 3 euros, nos permitió informarnos
un poco más con pequeños documentales y paneles con fotografías y recortes de
periódicos de la época.
Lo sorprendente de todo esto, es lo bien que
el pueblo ha asimilado la “fama”, que por mucho que te lo cuenten, es difícil
imaginar cómo sería la vida en aquella época en que este enclave no paraba de
acaparar los periódicos nacionales, y en ocasiones, internacionales. Y por otra
parte, estaba la simpatía y amabilidad de los vecinos, que con todo el arte del
mundo te indicaban con muy buenas ganas como llegar a la Casa de las Caras.
Tras localizarla, y esperar que saliera un
par de personas para que nos atendieran a nosotros, se acercó un hombre que no
tardamos en reconocer como el hijo de María Gómez Cámara, sin duda una gran
mujer, la verdadera protagonista de todo esto. Nos contó un poco de lo de por
él vivido, hasta que nos tocó el turno de entrar en la casa.
El hombre que se encontraba en el interior
era el nieto de María, y mientras nos explicaba nos invitó a hacer fotos para
que las caras se vieran mejor en nuestros dispositivos. La pena es que ya no se
conservan tantas, pero si tres de las más famosas, y dos de ellas bien
protegidas en el salón. Tan necesario era esto que la conocida como La Pava se
encuentra tras un cristal, hartos de que mucho tonto la raspara con diferentes
utensilios, como si así se consiguiera desvelar algo. Y junto a este impactante
rostro el sofá de María, donde ella se sentaba a atender a la prensa e
investigadores.
Todo tan pequeño y mundano, que chocaba con la gran repercusión
que aquella casa había alcanzado. Lo mejor, el trato tan cercano y amable de
los familiares, que sin ninguna pega respondían a todas nuestras preguntas y
dudas. Y por supuesto, antes de irnos, no olvidamos dejar una “voluntad”, que
qué menos.
A opinión personal, cuando uno ve las caras, a
veces da la sensación de que bien son pareidolias o bien han sido trazadas a
conciencia. Pero lo enigmático está en que algunas han ido cambiando de forma
por si solas, como haciéndose adultas, envejeciendo. Se podría pues pensar en
que las manchas o trazos se han podido ir expandiendo hasta dar esa sensación,
¿pero no sería demasiada coordinación para no mostrar ninguna deformación? Como
escéptico a pesar de lo que me llaman todos estos temas, esta es una de esas
ocasiones en las que uno no puede dar una opinión firme. Y es que como una
vecina perfectamente nos resumía: “Yo no sé si son verdad o mentira, pero hasta
aquí han llegado infinidad de expertos y ninguno ha podido de verdad demostrar
su falsedad…”.
Tras esta magnífica experiencia e intercambio
de impresiones, tocaba dirigirse hacia el siguiente destino, dejando atrás
Sierra Mágina y otras montañas que se veían interesantes de explorar.
Cuando llegamos al monumento natural de las
huellas de los dinosaurios era la hora de comer, de tal manera que lo hicimos
en el restaurante que hay al lado, antes de ninguna observación del pasado. Y no
comimos mal, la verdad.
Al término de la ingesta, caminamos hacia la caseta
que vimos al llegar y que daba cobijo a las huellas, pero la primera sensación
no fue muy buena. El habitáculo no permitía una correcta visualización del yacimiento,
más que nada porque detrás de los barrotes había una horrorosa reja con la que
tenías que hacer maniobras para poder sacar una foto medio decente. Sabiendo de
la subnormalidad profunda del populacho, se entiende que estén protegidas, pero
hay más maneras de hacerlo, sin dar esa sensación de abandono que el monumento
ofrece al visitante.
Pasados los minutos uno hizo por ignorar todo
ello y por darse cuenta de ante lo que se encontraba. Se trataban de veinticuatro huellas
bien definidas de un arcosaurio bípedo con más de 230 millones de años de antigüedad; y
encima en mi Andalucía, casi ná.
Para más información copio esta info de “La Ventana
del Visitante de los Espacios Naturales” de la Junta de Andalucía:
Este
monumento natural transporta a quien lo visita a un pasado remoto. En este
yacimiento paleontológico se encuentran una serie de 24 huellas de dinosaurios,
pertenecientes al grupo de los Arcosaurios, con una antigüedad superior a los
230 millones de años.
Estas
huellas, también conocidas como icnitas, no son fáciles de encontrar. Para su
formación tienen que darse varias condiciones ambientales. Entre ellas, que el
material sobre el que caminaran estos animales fuese distinto del que
posteriormente se depositara encima. Casi con toda seguridad, estas huellas se
imprimieron sobre sedimentos de un lecho de río o laguna para, más tarde, ser
cubiertas por algún otro material que permitió su conservación a lo largo del
tiempo.
Estos
indicios, anteriores a la presencia del hombre en la Tierra, desvelan una
valiosa información tanto de los animales que las originaron como del ambiente
en el que vivían. La forma de las huellas revela que estos dinosaurios
caminaban sobre dos patas, con unos movimientos similares a los de un canguro.
Incluso se pueden conocer datos como su tamaño y peso aproximados, la edad y
hábitos sociales. La disposición de las 24 icnitas en una misma dirección
sugiere la escena de un grupo de animales dirigiéndose a algún lugar
determinado. Los restos de polen o de vegetación, también fosilizados, desvelan
unas condiciones ambientales muy diferentes a las actuales. La vegetación
estaba formada por coníferas, palmeras y helechos propiciada por un clima más
cálido y húmedo que el presente.
Y tras ello, no quedaba tiempo para más. En
definitiva, uno se sorprende de lo que puede dar de sí un poco espacio de
tiempo si se lo propone.
Por último, nos esperaban cuatro horas de
camino hasta Cádiz. Pero eso sí, acompañados de magníficos y melancólicos cielos
crepusculares.
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