Para mí siempre ha sido uno de los animales
más enigmáticos y fantásticos de nuestro planeta (incluido por ello en mi
primer libro) y el reciente descubrimiento que sobre ellos se ha revelado lo
hacen más fascinante todavía.
El tiburón boreal o de Groenlandia (Somniosus microcephalus) se distribuye
por aguas del Atlántico Norte y del Ártico. Se cree que puede pasar los 7
metros y pesar más de 1400 kg. Se trata de un depredador que queda ciego a
causa de un copépodo parásito, bioluminiscente según algunas fuentes, que se
instala en sus ojos alimentándose de los tejidos córneos.
Se sabía que estos peces tenían que ser
longevos, pero pocos se imaginaban que podrían vivir más de cuatro siglos. En
base a análisis realizados a las células del
cristalino de 28 tiburones hembra pescados accidentalmente se ha
comprobado que alcanzan la madurez sexual a los 150 años, que como mínimo viven
272 años, y en especial que la hembra más grande de todas, de unos 5 metros de
longitud, había alcanzado los 392 años. Este ejemplar se convierte en el
vertebrado más longevo de nuestro planeta, y de no haber sido capturada
seguiría viva y a saber cuántos años más podría haber cumplido…
Este descubrimiento inevitablemente me
recuerda a aquella almeja islandesa llamada Ming a la que en 2013 también le
averiguaron su edad: 507 años, siendo entonces conocida en los medios como el
animal más antiguo del planeta. Su muerte, que causó cierto revuelo entre los
animalistas, fue tachada por los científicos que la estudiaron de “inevitable y
no premeditada”, anunciando estos además que era muy probable que otros
ejemplares todavía más viejos vivieran en aguas de Islandia.
Al saber la edad de estos seres vivos lo
normal es que divaguemos en el tiempo, que nos deleitemos con la de
importantísimos acontecimientos históricos que sucedieron mientras, en las frías
aguas árticas, nuestros protagonistas crecían tan lentamente y ajenos a todo
ello en su gélido mundo de cristal.