Si hay algo que siempre me ha llamado la
atención de los pueblos que componen el Parque Natural Sierra de Grazalema es
la cultura de espeleología que tienen. Y no es para menos, pues dicho parque
alberga una gran cantidad de cavidades, y algunas de ellas de las más
importantes de Andalucía.
De esta manera, la invitación de unos amigos
para visitar un pueblo inédito en mi diario de viajes como era Villaluenga del
Rosario, desde luego no podía ser rechazada.
El pueblo es muy pequeño y no tiene mucho que
ver, pero no por ello deja de ser hermoso, como todos los pueblos de la sierra
de Cádiz. Eso sí, si quieres hacerte con un delicioso queso payoyo, tienes allí
la misma fábrica para la venta al público.
Nuestra misión era pues visitar en modo
aficionado algunas simas y cuevas del maravilloso paisaje que le rodea.
El primer punto fue la Sima de Villaluenga,
bueno, más bien su entrada, que de solo plantarte ante ella ya impone bastante.
Según puede leerse en la web del pueblo de Villaluenga “el sistema contempla,
por el momento, un desarrollo topografiado de 3.651mts. y alcanza una
profundidad máxima de -237mts”.
Sima de Villaluenga
Posteriormente, tras una caminata y una
subida no poco costosa, dimos con la primera de las cuevas comenzando por las
más alejadas a nuestro punto de partida del pueblo.
Las veces que había visitado grutas lo había
hecho con guías, y esta era la primera vez que me adentraba de manera
individual a una, siempre, hay que decirlo, hasta una profundidad segura.
Observar con luz artificial un entorno donde
la luz natural no llega, totalmente libre de ruidos antrópicos, desemboca en
una sensación indescriptible.
De igual manera la fauna que allí habita no
dejaba de sorprenderme: hasta donde podíamos ver había polillas de todo tipo
que buscaban cobijo durante el día y numerosas telas con notables arañas de la
familia Agelenidae, que hasta a uno, que lleva toda la vida aficionado a ellas,
llegaban a causar impresión.
¿Ella-Laraña?
Murciélagos solo vimos uno, pero muy precioso,
y que solo molestamos unos segundos y sin que se inmutara para hacerle un par
de fotos (sin flash, con la luz de nuestros frontales).
Las innumerables estalactitas y estalagmitas,
que a saber cuándo comenzaron a formarse, daban también la impresión de
encontrarnos en épocas bastante remotas.
Y en algunas zonas del techo sobresalían
cochas fósiles y en otras cristalizaciones; también había bellísimas
irisaciones entre verde y dorado que desconozco a que eran debidas.
Por supuesto, los nombres escritos que dejan
los imbéciles de turno no podían faltar; una pena que nadie los pille en plena
faena.
Una Chondrina calpica mimetizada en las
paredes (fuera de la cueva).
Los siguientes puntos del recorrido en
realidad más bien parecían abrigos, excepto la Cueva de la Higuera, que para
llegar a ella hacía falta el uso de cuerdas y una experiencia en espeleología
de la que por supuesto carecíamos.
Cueva de la Higuera
Ya de vuelta, antes de comer, hicimos una
visita al pequeño cementerio del pueblo, construido sobre la antigua Iglesia de
El Salvador (1722) y que fue quemada por las tropas de Napoléon.
Cúpula del cementerio-iglesia de Villaluenga
Y antes de irnos, antes de que nos cogiera la
noche, una parada en el mirador de la Manga de Villaluenga, desde donde para
calificar las vistas no hacen falta palabras.
Por último, lo que faltaría es ver este
paisaje verde como tendría que estar a estas alturas, pero esta maldita e
inaudita escasez de lluvias que vivimos todavía no lo permiten.