martes, 28 de abril de 2015

Los Sentineleses; la tribu detenida en el tiempo

Imagina que tú y toda tu familia, incluyendo toda clase de parientes, habéis vivido aislados en una isla desde hace miles de años. ¿Cómo os las habríais arreglado para perdurar hasta nuestros días? Se lo podríamos preguntar a los sentineleses, si no fuese porque, no sin razón, tanto nosotros como todo el mundo exterior les pone muy violentos.

Resulta que en la Bahía de Bengala existe un archipiélago en el que se halla la isla Sentinel del Norte, en la cual habita una sociedad indígena que prácticamente vive en el Paleolítico.  Se cree que podrían haber llegado allí hace unos 60.000 años desde África, y desde entonces apenas han tenido contacto con el exterior.

Isla de North Sentinel en una imagen de la NASA/Wikipedia

La primera referencia conocida sobre sus habitantes procede de Marco Polo que en el siglo XIII escribía: “Si un extranjero llega a sus dominios este será rápidamente muerto y después comido”. No obstante no hay forma de asegurar que los sentineleses practiquen el canibalismo. Posteriormente, ya en el siglo XVIII, el explorador británico John Ritchie tras cartografiar los alrededores de la isla habla de que esa tierra debe estar bien habitada, en base a las numerosas luces que en la noche se veían en la costa. Esta cita podría ser motivo de debate ya que sobre estos nativos se suele asegurar que no hacen uso del fuego.

Tuvo que pasar más de un siglo para que se registrara el primer contacto con el hombre blanco. Fue una expedición dirigida por M.V. Portman la que desembarcó en 1880 en la isla. La empresa llevaba consigo a varios nativos de islas vecinas que avisaron de la hostilidad de los sentineleses. En realidad no se sabe mucho de este acercamiento, solo que fue un fracaso ya que los locales huyeron a refugiarse entre la espesura vegetal. Por ello tal vez no podamos hablar de un contacto real.

El siguiente acercamiento conocido, también por Portman en el año 1886, terminó de la misma manera, con los sentineleses otra vez escondidos. Nueve años después el británico volvió a desembarcar en la isla llevando consigo a un supuesto sentinelés que, habiendo dejado su tierra en canoa años atrás, se había criado con los Onges de las islas Quince. Finalmente dieron con algunos habitantes que navegaban en canoa cerca de la punta noroeste. Tanto el sentinelés que viajaba con Portman como algunos Onges que también le acompañaron intentaron entablar relaciones mediante llamadas, pero los escurridizos habitantes mostraron signos de miedo y hostilidad. Para no provocar males mayores el grupo expedicionario decidió abandonar la isla y regresar.

Foto: Christian Caron-Survival International

El siguiente encuentro entre blancos y sentineleses terminó aún peor. En 1896 tres reclusos escaparon de Port Blair llegando hasta Sentinel del Norte. Dos de ellos se ahogaron entre los arrecifes que rodean la isla, pero el superviviente no corrió mejor suerte. Fue asesinado por los locales y su cuerpo abandonado en la playa, que fue luego recuperado por un barco británico que lo encontró.

A lo largo del siglo XX los encuentros conocidos han sido muy escasos. Lo cierto es que además de sus malhumorados guerreros la llegada a la isla se ve dificultada por unas bravas e impredecibles aguas y un casi impenetrable muro de peligrosos arrecifes coralinos. Este hándicap hace que durante la mayor parte del año la isla sea inaccesible, y cuando lo es, tampoco sea fácil llegar hasta ella. Por ello los marineros la han conocido y temido desde siempre.

Fue finalmente en la segunda mitad del siglo XX cuando la isla comenzó a llamar la atención de los antropólogos e investigadores. El 29 de marzo de 1970 un equipo de antropólogos indios con T. N. Pandit entre ellos se desplazó hasta aquella tierra paralizada en el tiempo. Ofrecieron pescado a los nativos arrojándolo desde una embarcación. Sin dejar de lado su conocida hostilidad algunos nativos lo recogieron mientras emitían gritos. Los miembros de la expedición les respondieron con gestos de amistad, pero la tensión seguía latente. Entonces ocurrió algo muy extraño: las mujeres empezaron a agarrar a los guerreros y comenzaron a abrazarse apasionadamente sobre la arena. Después de un rato esta fogosidad fue disminuyendo hasta retirarse las parejas hacia el interior de la jungla. No obstante algunos guerreros siguieron vigilando a aquellos extraños. Los investigadores arrojaron algo más de pescado que fue recogido por algunos jóvenes, hasta que todos se retiraron.

Un sentinelés agradece a su manera los regalos 
que los extranjeros les han dejado

La siguiente conexión acabaría en desastre. En la primavera de 1974 un equipo de antropólogos, en el que se incluían policías armados y un fotógrafo de National Geographic, se disponía a realizar un documental en la isla, que se titularía “Man in search of Man”. Cuando la lancha consiguió abrirse paso entre los arrecifes, rápidamente y de la nada apareció un grupo de nativos. A pesar de intentar evitarlo mediante gestos amistosos, los sentineleses les respondieron con una lluvia de flechas. Cuando la lancha se alejó de esa zona a una más segura desembarcaron y dejaron unos desacertados regalos en la arena: algunos cocos, un cerdo vivo atado, un pequeño coche de plástico, una muñeca y papel de aluminio. Tras volver a la lancha esperaron para ver la reacción de los isleños. Y otra tanda de flechas fue lo que recibieron, alcanzando una de ellas al director del documental en el muslo izquierdo. El nativo que hirió al director se sentó sonriente y orgulloso a la sombra de un árbol, y poco tiempo después sus camaradas se retiraban llevándose consigo solo los cocos y el papel de aluminio.

También en 1974 se intentó un encuentro más, esta vez trayendo a 3 nativos Onge, que entre el pánico de estos y la inamovible hostilidad de los sentineleses resultó infructuoso. No se pudo siquiera saber si los isleños entendían los mensajes de amistad que a través de un altavoz emitían los Onge. Un año después hasta el exiliado rey de Bélgica Leopoldo III tuvo su contacto  a una distancia segura mientras navegaba en un crucero nocturno por las aguas de la isla.

Cambiando de maniobra, con repetitivas expediciones y regalos como alimentos, en la década de los 90 los científicos finalmente lograron que los sentineleses se habituaran a sus viajes. De esta manera pudieron filmarlos, y sin ningún peligro, recogiendo los regalos.

Una filmación de la tribu realizada en los años 90

Pero entonces las voces críticas se alzaron contra estos avances. Lo que todo ello lograría sería una dependencia de los sentineleses hacia el mundo exterior, cuando por sí solos se las habían apañado durante tantísimo tiempo. Por todo esto los contactos cesaron de inmediato.

Al producirse el tsunami de 2004 en la costa asiática se encendieron todas las alarmas. ¿Habrían sobrevivido los primitivos hombres a semejante catástrofe? Tres días después del desastre un helicóptero sobrevoló la isla en busca de supervivientes. Cuando los tripulantes del pájaro de hierro divisaron a un guerrero disparándole flechas y otros tirándoles piedras, pudieron respirar aliviados. En realidad no sabe qué población más o menos exacta de habitantes hay en la isla, ni hasta qué punto el tsunami de 2004 pudo afectar a esta.

Un sentinelés dispara con su arco al helicóptero que tras el tsunami 
de 2004 sobrevoló la isla en busca de supervivientes. 
Foto: Indian Coast Guard /AP

Hasta el día de hoy los sentineleses mantienen su ancestral esencia de cazadores-recolectores. Habitan en refugios muy simples o más elaborados con pisos elevados. Saben aprovechar los materiales que ausentes en la isla les suele traer la marea, como por ejemplo el hierro con el que fabrican sus armas y otros artículos. Y también siguen manteniendo la hostilidad que en gran parte les ha hecho populares: en 2006 le quitaron la vida a dos pescadores ilegales que llegaron hasta sus dominios.


Fuentes:
- http://lacienciaysusdemonios.com/2010/07/24/los-irreductibles-de-north-sentinel-island-la-sociedad-humana-mas-aislada-del-planeta/
- Wikipedia

miércoles, 8 de abril de 2015

El monstruo con mandíbulas y el golem

Si había una ilustración que hacía virguerías en la mente de mi más temprana edad esa era ésta:


Pertenece a un tomo de la colección Dungeons & Dragons: Aventura sin fin”, concretamente al título “El Tesoro del Rey” del año 1986. La poderosa criatura con mandíbulas en la boca está a punto de entablar un combate con un guerrero como de piedra que únicamente deja ver la parte posterior de su cuerpo. Según el libro en realidad son dos seres que van cambiando de forma, siendo anteriormente el monstruo con mandíbulas un dragón rojo y el otro un budín negro que acabaría transformado en un golem pétreo de tres metros de altura.


Ahora la veo y pienso que tampoco era nada del otro mundo. Pero de niño para mí resultaba increíble. Me encantaba llegar del colegio (y en cualquier momento en verdad) y abrir el libro hasta dar con tan deseada imagen, visualizarla una y otra vez, y las veces que hiciera falta. Quizás, como el resto de los mortales, cuanto más mayor me hago, más me va abandonando la fantasía… No obstante, jamás en toda mi vida he querido estar más equivocado.