martes, 27 de mayo de 2014

Paperhouse (La casa de Papel) 1988

Cuando alguien me pregunta cuál es mi película favorita lo más habitual es que conteste “Blade Runner”, una de esas cintas que solo me gusta ver en ocasiones muy especiales. Pero en realidad, en mi filmoteca hay una película con mucho más significado para mí, su título: “Paperhouse” o “La Casa de Papel” en España.


No sabría decir el año exacto en el que descubrí esta película, pero sí recuerdo claramente que fue de pequeño, junto a mi hermana y en Canal Sur, en una especie de ciclo de cine de terror que echaban los viernes, donde aparte del film incluían un documental sobre la temática que la cinta en cuestión abordaba.

 Anna es interpretada por Charlotte Burke

El encargado de dirigir esta obra fue el británico Bernard Rose en 1988, de cuya filmografía lo siguiente más destacado hasta donde he podido ver es Candyman (1992),  y además con muy buena nota. Paperhouse está basada en el libro Marianne Dreames de Catalina Storr y cuenta la historia de una niña que enferma de fiebre puede ver en sus sueños lo que anteriormente ha dibujado. Tras un primer desmayo, Anna (en la película no se llama Marianne como en el libro y está protagonizada magistralmente por Charlotte Burke) se despierta en una pradera con una casa al fondo lo cual la deja bastante desconcertada. Tras ser despertada de un segundo desmayo en el que consigue acercarse a la extraña casa, se da cuenta de que lo que ha estado viendo en su sueño se corresponde con un dibujo que ella había realizado con anterioridad. A partir de entonces Anna comienza a completarlo, esbozando primero en una de las ventanas a un chico con cara triste y que no podrá andar debido a que no le ha dibujado piernas (llamado Marc) y que se convertirá en su compañero y amigo a lo largo de la cinta, y posteriormente a su padre, con la intención de que ayude a Marc, y reflejando al mismo tiempo el deseo de que vuelva junto a ella y su madre ya que constantemente se encuentra fuera por motivos de trabajo. Pero Anna cometerá un gran error en esta última pretensión: sin quererlo dibuja a su progenitor con un rostro ciertamente malvado…

       

La película aborda el mundo de los sueños de una manera sublime, con escenas que a veces bien podrían pertenecer a un cuadro de Dalí, con una gran facilidad para pasar en muy poco tiempo de lo agradable a lo tétrico y lo terrorífico. De hecho lo acertado de la novela y la película está en que son dos niños los que viajan al subconsciente más profundo, a un mundo que a cualquier adulto acabaría volviéndolo loco. Además es el ejemplo perfecto de que en el cine no hace falta hacer gala de grandes efectos especiales para  transportarnos a lo onírico y lo fantasioso de una manera tan real. Y a todo ello ayuda muy eficazmente la banda sonora a cargo de Hans Zimmer y los paisajes ingleses elegidos.


En su mayor parte la crítica recibió la película con muy buenas opiniones, viendo además en Bernard Rose un director muy prometedor. Sobre Charlotte Burke que hace de Anna, si no me equivoco creo que no ha hecho nada más igual de destacable desde entonces, y en cuanto a Elliott Spiers que interpreta a Marc, solo le dio tiempo a trabajar en una película más, Taxandria (1989), ya que falleció en 1991. Según la Wikipedia su muerte se produjo al enfermar gravemente por los efectos secundarios de un medicamente contra la malaria, pero en otra parte leí que era un joven maniacodepresivo, lo que le llevó a quitarse la vida.



Sinceramente pocas películas han calado tanto en mí como Paperhouse, y eso que tardé bastantes años en volver a verla, concretamente hasta que un colega me la grabó de un canal de pago. En parte puede que sea porque está asociada a una parte de mi infancia, a esa época de la vida en la que para la mayoría de personas todo es más sencillo y divertido, pero no cabe duda de que a pesar de no ser una superproducción la película tiene una evidente calidad, y es que pocas veces el séptimo arte nos ha hecho introducirnos en el mundo de los sueños de una manera tan acertada: refleja los anhelos y los miedos de cualquier niño, que en realidad bien podrían corresponderse con los de cualquier adulto.