miércoles, 15 de octubre de 2014

Animales extinguidos por el hombre. La sexta extinción

A pesar de la oposición de algunos hombres de ciencia bastante escépticos, el que en estos momentos el planeta Tierra vive una sexta extinción de especies en masa es una verdad innegable. Más de 300 variedades de vertebrados han desaparecido en los últimos siglos y de invertebrados ni podemos dar una cifra aproximada.

La diferencia de esta extinción en masa que vivimos con las anteriores es que el culpable hemos sido nosotros, “el hombre”. El desarrollo intelectual y tecnológico que ha experimentado nuestra especie en los últimos siglos se ha llevado a cabo sin tener en cuenta el mundo natural que nos rodeaba, lo que para este último ha significado una catástrofe sin precedentes.

Aquellas épocas de grandes exploraciones de pasadas centurias se convertirían en el principio del fin para no pocos animales. La vaca marina de Steller, un sirenio de hasta 10 metros de largo y 10 toneladas de peso, sería víctima de varias empresas europeas. Fue descubierta oficialmente por la expedición de Vitus Bering hacia 1741 y vista por última vez en 1854.

Idéntica suerte en idéntico hemisferio corrió el alca gigante, el auténtico pingüino. En un tiempo vivieron desde Groenlandia hasta Florida y desde Cabo Norte hasta la Península Ibérica. Se cuenta que tres marineros fueron los encargados de matar la última pareja y su huevo en el islote islandés de Eldey hacia 1844, pero… ¿de verdad fueron esos individuos los últimos?

Alcas gigantes (A Last Stand, de Errol Fuller)

                                                         La vaca marina de Steller (paoloscalzo.blogspot.com.es)

Qué decir del más famoso de cuantos animales han sido extinguidos por el hombre, del que durante algún tiempo fue tachado de animal fabuloso por la ciencia: el dodo. Su hábitat, la isla de Mauricio, fue invadido por europeos que abandonaron allí animales domésticos que se cebaron con ellos y sus nidos. Este infortunio sumado a la caza constante para alimento fue el causante de su total desaparición.

                                                         Retrato del dodo, de Cornelis Saftleven

Hasta depredadores como el lobo marsupial de Tasmania no pudieron hacer frente al colonialismo blanco; este vio en él a un falso enemigo, y fraudulentos comportamientos del animal propagados con rapidez entre los habitantes de la isla relegó al último individuo (siempre oficialmente) al zoo de Hobart, donde falleció en 1936.

                                            En este sello de 1981 todavía se clasificaba al tilacino de 
                                                             animal en peligro de extinción; oficialmente el último 
                                                                                        moría en un zoo en 1936

Nuestro innato carácter destructivo, habitual hasta en las sociedades más primitivas, también nos ha privado de un fantástico ejemplo de evolución convergente. El moa de Nueva Zelanda y el pájaro elefante de Madagascar eran dos ratites que con sus tres metros de altura cada una competían por ser el ave más alta de la Tierra. Su imposibilidad para volar se convirtió en su sentencia de muerte, pero simplemente por el hecho de que el Homo sapiens se cruzaría en sus vidas.

                                          Pie de moa bastante bien conservado. Foto de Ryan Baumann

Pocas personas saben del cebro, encebro o encebra, un bello équido salvaje de piel rayada en las patas, extensa mancha en el hocico y una banda oscura dorsal, que es citado incluso en El Quijote por su popular velocidad, y que habitó la península hasta finales del siglo XVI o principios del siglo XVII. Con su piel se fabricaban escudos y zapatos, y por la venta  de esta se tenían que pagar tasas más altas que las estipuladas para el ciervo o la cabra. Se trata de un misterioso animal para el que hasta ahora solo hay conjeturas sobre su verdadera identidad.

El último oso del Atlas dicen que fue cazado en los montes de Tetuán  a finales del siglo XIX, no obstante referencias sobre su supervivencia fueron proporcionadas a lo largo del siglo XX. Las descripciones sobre este animal van del color negruzco al marrón con una mancha oscura en la garganta, lo que sumado a recientes pruebas genéticas, no hacen sino difuminar más aún su auténtico origen.

Lamentablemente esta lista se ve engrosada con nombres como el uro, el enorme antepasado de nuestros toros que vivió hasta el siglo XVII, el cuaga de Sudáfrica, subespecie de la cebra, uno de los dos últimos caballos salvajes como fue el tarpán, o el león norteafricano. Y todo apunta a que a ella hay que ir sumando animales como el primitivo bóvido del sureste asiático denominado kouprey y otro tan autóctono como el torillo andaluz, una interesante ave de parecido a la codorniz en la que la hembra hace el papel del macho.

Este es el alto precio que el planeta ha tenido que pagar por nuestra aparición y evolución en el escenario de la vida.

                                               Kouprey abatido en Camboya. Foto de James Mellon

La historia completa de estos formidables animales y muchos otros, de cómo fueron borrados del planeta por culpa de las acciones del hombre, puede encontrarse en “El libro de los últimos animales extintos” de Daniel Rojas (Círculo Rojo, 2014).



                                            Contacto: retalesdegaia@hotmail.es



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