Cuando el primer e inesperado confinamiento por la pandemia me cogió en Puerto Real, el correspondiente a la tercera ola me ha pillado en mi pueblo, en Tarifa.
Otros años disfrutaba el mes de enero en él,
pero esta temporada, por el cierre perimetral, mi estancia se ha alargado. Y
bueno, uno no se puede quejar.
Las mañanas de recorridos por El Camorro y la
Colada de la Costa obedecen a una necesidad, más ansiada cuando me encuentro
fuera. Divisar el Estrecho y recorrer la colada pegada a semejante espectáculo,
como digo, se han convertido en mi mayor adicción.
Facelina rubrovittata
Está siendo un comienzo de año,
afortunadamente, pasado por agua, y eso se nota al ver correr el líquido
elemento por muchas zonas.
Los días de sol se convierten en toda una explosión de vida, con una gran cantidad de insectos volando por todas partes.
Y qué decir de las aves, con su gran espectáculo de la migración.
Aunque en lo referente a estas, cabe destacar la presencia de un águila
pescadora en la zona de El Camorro con sus certeros lances sobre sus presas en
el mar, para tener luego que deshacerse del acoso de las gaviotas.
En lado atlántico, la playa de Los Lances ha
sido muy propicia para la observación de cnidarios que, tras los fuertes
vientos, aparecen en gran número a lo largo de su gran extensión. Un
acontecimiento del que hacía muchos años ya que yo no había sido testigo.
Para culminar, antes de volver a partir para
la Bahía de Cádiz, una semanita de fuerte levante con grandes olas que
continuamente castigan la Isla de las Palomas.
Y todo, esencialmente, girando, como siempre,
en torno a mi amado Estrecho.
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