viernes, 7 de noviembre de 2025

FINLANDIA - SUECIA - ESTONIA

Hace poco más de un año pude cumplir el sueño de visitar Islandia, y, además, tuve la enorme suerte de ver auroras boreales sin que siquiera las esperáramos.

En esta ocasión, el viaje directamente implicaba visitar Laponia y el poder ver de nuevo auroras boreales. El escenario elegido, Finlandia. Pero una cosa es lo que uno pretenda, y otra lo que finalmente ocurra. Y quien está al tanto de las luces del norte sabe que no siempre se dan las condiciones para ser testigos de este maravilloso fenómeno.

 

Día 1

Seguimos con la tradición de volar desde Málaga y en esta ocasión directo hasta Helsinki. Desde el aeropuerto, que no es muy grande, cogimos un tren hasta el centro. Y ya desde allí, a algo más de las 23:00 horas, viajaríamos en el Polar Express hasta Rovaniemi, la capital de la Laponia, donde nos quedaríamos unos cuatro días.




Nunca había vivido la experiencia de dormir en un tren y puedo decir que esta fue muy positiva. Es que literalmente ni me enteré del viaje de lo bien que dormí para el habitáculo que era. Del baño, no puedo decir lo mismo, pero sin llegar a ser nada traumático.  
 
  

Día 2

Casi a media mañana, ya estábamos en Rovaniemi. 

El problema es que cuando uno prepara el viaje con antelación, lamentablemente no puede tener una idea del tiempo que va a hacer, y esto fue un gran condicionante para nuestras pretensiones.

 

La elección de Rovaniemi la hicimos en base a que es un buen punto para la observación de auroras, por ello, fue un duro golpe conocer la previsión para nuestra estancia allí: lluvia, lluvia y más lluvia. Y eso es lo que pudimos comprobar al bajar del tren. 

 

Solo quedaba rezar por que el cielo se abriera en alguna ocasión.

 

La primera noche salimos a andar por la ciudad, pero no hubo suerte.

 

Día 3

Despertándonos algo desmoralizados, la mañana siguiente fuimos a conocer algo de naturaleza colindante a la ciudad.

Llegamos hasta los bosques boreales pasando el río Kemijoki e hicimos algunos recorridos en los cuales vimos los primeros renos y algunos hongos.

 

 

 

 

 

A la vuelta nuestras esperanzas aumentaron al ver algunos claros en el cielo, pero estas no duraron mucho. A los minutos nos enviaron un mensaje cancelando nuestra salida de esa noche.

 

 

 

 

 

 

Siempre lo digo, a veces las cosas pasan por algo.

De la decepción surge una buena idea: ¿Por qué no alquilamos un coche y nos vamos a buscarlas por nuestra cuenta? La verdad, no sé por qué no pensamos en ello en un principio…

 

Nos pusimos manos a la obra y en unas horas ya teníamos nuestro vehículo listo.

No perdimos el tiempo, y tras aprovisionarnos de piscolabis en el Lidl, arrancamos hacia el norte.

Solo en todo el camino dimos con un claro en el cielo, en el cual pudimos ver nuestras primeras auroras. El problema era que apenas eran perceptibles. 

 

Llegamos hasta Kittilä y la lluvia volvió a hacer aparición, así que no fuimos más allá y decidimos volver a Rovaniemi a descansar.

Aunque débiles, nuestras primeras auroras en Finlandia.

 Día 4

El tiempo para Finlandia tampoco era nada esperanzador para la siguiente jornada. ¿Qué podíamos hacer? Tan sencillo como buscar puntos donde el cielo estuviera despejado. De los que había elegimos un buen candidato, aunque no en Finlandia, sino a cuatro horas y en un país vecino, Suecia. Se trataba de Kiruna.  

Ese día fue probablemente el mejor de todo el viaje. No solo por lo que vendría después, sino por la emoción de los preparativos y la intriga de no saber lo que realmente nos esperaba.

Salimos con lluvia desde Rovaniemi y esta nos acompañó prácticamente todo el camino, tanto que costaba creer que fuera a despejar en algún momento. La noche, como es normal a esas latitudes, no tardó en llegar. Los renos eran dueños de la carretera y a su ritmo nos adaptábamos. La tónica eran los bosques, principalmente de pinos, y cada cierta distancia casitas con lamparitas en la ventana. Siendo costumbre en estos países, prácticamente se podía ver toda la casa.

 

Toda esta escena se repetía cuando cruzamos a Suecia, tanto, que no pareció que cambiáramos de país.

Como era 31 de octubre, desde la carretera se podían ver los cementerios suecos tenuemente iluminados con una especie de farolillo encima de cada lápida.

Era curioso, pero ni en Rovaniemi ni en la parte sueca que recorrimos vimos decoración alguna de una festividad tan extendida como la de Halloween. 

Para subir la adrenalina, no tuvimos mejor idea que conectar con algunas cámaras web de puntos cercanos a nuestro destino. Y era impresionante lo que estábamos viendo. Pero no sabíamos si ese embrujo estaría aún a nuestra llegada.

Al aproximarnos a nuestra meta del norte sueco, comenzamos a ver algunos claros, y ya desde la misma carretera se empezó a divisar la primera gran verde. Paramos, y por fin, después de un año con ellas en la cabeza, volvimos a disfrutar una gran aurora boreal.

 

 

Con la nieve ya en todo nuestro recorrido, Kiruna nos recibió toda de blanco.

 

Llegamos a nuestro alojamiento y cogimos algo de fuerzas con la cena. Pero cuando de nuevo conectamos con la webcam y vimos lo que teníamos encima, empezamos a prepararnos para salir pitando.

 

 

Las auroras ahora eran todavía más grandes. Y unas en especial no lucían como las que habíamos visto hasta entonces. Eran verdes, sí, pero acompañadas de tonos blanco-amarillentos y rosáceos.

 

 

 

Que espectáculo…

 

Todo lo que sufrimos para llegar hasta allí había merecido con creces la pena. Los dioses se mostraron misericordiosos y lo que solo parecía un viaje pasado por agua fue recompensado con una maravillosa noche de auroras. 

 

Un momento así merecía acompañarse de una buena canción, la misma que fue banda sonora de las noches islandesas. Se trata de "Come to Me" de Vangelis e interpretada magistralmente por Caroline Lavelle. No sé por qué, pero este tema ha quedado ligado en mi mente para siempre a las auroras. 

Escuchar esto mientras veía auroras... No podía pedir más... 

 

Hubiésemos estado parados toda la noche allí viendo como aparecían y desaparecían las valkirias, pero pasada la medianoche estas habían perdido ya bastante intensidad. Además, estábamos cansados y la temperatura había descendido hasta -12’5º. Supimos que era hora de retirarnos, pero con una gran felicidad en el cuerpo, más que posible culpable de que esa noche no pudiera pegar ojo.

 

 

Por otra parte, la visión nocturna de la famosa mina de Kiruna más el contraste de los diferentes tipos de viviendas no hacían sino preguntarnos a nosotros mismos: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”.

 

Día 5

El despertar fue una ensoñación. Todo estaba cubierto de nieve. Y el desayuno buffet que nos pegamos fue todo un homenaje a nosotros mismos. Pero tocaba regresar.







Con el día se podía apreciar mucho mejor el paisaje, e íbamos dejando los lagos helados a cada lado del camino.

Por lo que me dijeron, las montañas del fondo ya pertenecen a Noruega.
Mina de Kiruna.

 

   

 

 

   

Los renos volvían a plagar las carreteras, lo que en realidad, dejando a un lado lo bonitos que eran, resultaban ser en realidad un peligro.

Basura en el arcén, En todos lados cuecen habas.

 

 

  

Casi llegando a Rovaniemi un claro se abrió sobre nuestras cabezas y por fin pudimos ver el sol. Pero otra vez no duró mucho. 

  

Cuando estábamos entregando el coche el cielo estaba ya cerrado y lloviendo de nuevo. 

Aun así, teníamos pendientes de hacer para esa tarde el tour que nos cancelaron el segundo día.

 

 

 

 

Para lo que esperábamos viendo la previsión y recordando lo mal que pintaba la cosa en un principio, nos podíamos sentir hasta afortunados, porque pudimos ver algunas auroras bien claras por fin en Finlandia. Pero poco más. El cielo se cerró de nuevo.

 

 

Día 6

Este era el día del regreso a Helsinki en tren. Nos esperaban más de ocho horas.


Pero antes, ya que estábamos allí, decidimos visitar el Poblado de Papá Noel o Santa Claus Village.



Lo tienen todo muy bien montado, pero con nieve la perspectiva cambiaria a mejor seguro. Para el que le guste de verdad la Navidad, ha de flipar con este destino. Eso sí, preparen el lomo. Como puede comprobarse los precios para diciembre en Rovaniemi no son asequibles para cualquier economía. 

 

 

No estuvimos mucho tiempo, lo justo y necesario quizás. El tren para Helsinki nos esperaba y teníamos que decir adiós a Rovaniemi.

 

 

  

En realidad, sin nieve, no había mucho que hacer en la capital lapona, exceptuando recorrer los bonitos bosques colindantes. Y a pesar de que fue frustrante saber que teníamos las auroras encima y no dejaba de llover, no nos queda un mal recuerdo de Rovaniemi. Viéndolo así, sirvió como trampolín para vivir la gran aventura sueca.

 

Poco que contar del monótono regreso a Helsinki, a donde llegamos pasadas las 21.30. Lo siguiente, para finalizar el día, ir a nuestro alojamiento que teníamos muy cerca de la estación. 

Estación de tren de Helsinki, con sus portadores de luz.

 

Día 7

Esta jornada la reservamos para visitar otro país, Estonia, más concretamente su capital Tallin.

El "Manneken Pis de Helsinki", del escultor Tommi Toija.



Desde el puerto de Helsinki partimos en un gran barco en un trayecto de unas dos horas. Como habíamos preferido contratar una excursión, en el puerto de Tallin nos esperaba un guía. Para nuestra sorpresa este era un hombre jubilado que parecía sacarse un sobresueldo a parte de su pensión.





 
Nos explicó todo muy bien y conocimos la historia de la ciudad. Vi por primera vez una iglesia ortodoxa desde dentro, invitándome un vigilante a que me quitara el gorro para entrar. 













Luego estuvimos tres horas por nuestra cuenta que aprovechamos para comer, tomar algo y pasear.




Si estáis por Helsinki, recomiendo hacer una visita a la capital estonia. Nosotros quedamos encantados.

 

 

 

Tras recogernos un minibús en el centro y llevarnos a puerto, embarcamos de nuevo hacia Finlandia. Remarcar que el viaje incluía actuaciones y karaokes… Una delicia, vaya.

 

 

 

Al subir a la cubierta de noche impresionaba saber que me encontraba navegando por el Báltico, aparte de que el viento, sumado a la oscuridad total, no invitaban a acercarse a la borda.

Día 8

Durante los días de viaje, aparte de las auroras, tenía un deseo interior que se me antojaba también complejo: ver un alce.


Cada vez que podía, desde el coche miraba hacia los interminables bosques esperando que entre los árboles se viera alguno. Pero no hubo suerte.

Cuando volvíamos en el tren, miramos si cerca de Helsinki había alguna excursión para poder verlos. Y haberlas las había, pero no para nuestras fechas.

 

Pero no nos dimos por vencido. Tras buscar y buscar conseguimos la forma de que nos llevaran a verlos. Y fue un éxito, aunque breve.

Primero vimos una hembra, que no colaboró nada para la foto. Y seguidamente, dimos con dos machos enormes. Era muy temprano y no había buena luz, pero al menos conseguimos traernos algunos cromos de uno de ellos. Por último, vimos una cría. La familia al completo.

 

 

Qué animales más guapos.

 

 
También pudimos ver otros cérvidos, como el ciervo de cola blanca.

¿Podía ser más completo el viaje? Claro que sí.

Pero antes un free tour por Helsinki que nos puso muy bien al día sobre la ciudad en la que estábamos.

 

 

 

 

 

 

 

Se cumplen 80 años de los Mumin, cuyos dibujos animados me encantaban de niño. 

 

El tiempo empeoró, y una buena cortina de fina lluvia nos acompañaría hacía nuestro último objetivo. 

Este era el Museo de Historia Natural. Bonita colección en sus salas, pero no tan buena como las de Dublín, Edimburgo o Bruselas. 






 No pasaba nada. Allí pondríamos la guinda perfecta a nuestro gran viaje.



El motivo era que este museo posee un esqueleto casi completo de una vaca marina de Steller, de la que hasta entonces solo había visto cráneos.

Esqueleto de vaca marina de Steller

Denominado científicamente como Hydrodamalis gigas, fue un extinto mamífero que vivió en las costas del Estrecho de Bering y que, con sus casi nueve metros de longitud, por culpa de la caza desapareció en menos de tres décadas después de haber sido descubierto. 

 

El ejemplar finlandés es bastante especial porque parece proceder de un solo individuo, al contrario de los que están en otros museos que estarían montados en base a diferentes ejemplares. Llegó a Helsinki en 1860 como regalo del entonces gobernador de Alaska.

En un último esfuerzo, ya algo cansados, dejamos la urbe para desplazarnos hasta un hostel junto al aeropuerto, para evitar sorpresas ya que teníamos el vuelo de vuelta temprano.


No puedo quejarme de ningún viaje de los realizados hasta ahora, pero es verdad que superar el de Islandia va a ser una tarea complicada, por no decir imposible. No obstante, con este, del que no esperábamos tanto, con lo que pudo haber sido y lo que finalmente fue, volvimos a coronarnos y a lo grande.