Los periodistas no tienen por qué tener un
mínimo conocimiento sobre Criptozoología, pero igual que se informan lo mejor
posible sobre otros temas, también podrían hacer lo mismo cuando deciden
escribir sobre ello.
Llamar al Yeti “Sasquatch”, “Pies Grandes” u “Orang
Pendek”, o englobarlo todo como sinónimos de lo mismo, suele ser una costumbre
muy extendida. Si tan solo teclearan cada palabra por separado e indagaran un
poco sabrían que cada denominación hace referencia a una criatura en concreto
de una parte del mundo. Pero es que este error hasta se comete habitualmente en
el mundo del misterio.
El caso es tomarse con poca seriedad o a risa
todo esto, referirse a fantasiosos buscadores de monstruos, menospreciar una
pseudociencia más, que en realidad y como he podido observar en primera persona
interesa a más científicos de los que podamos imaginar, pero que por precaución
no se atreven a pronunciarse sobre el tema.
- Yo como biólogo, no puedo
escribir ni pronunciarme favorablemente sobre la Criptozoología si quiero
mantener intacta mi reputación – me decía un hombre de ciencia al que le había encantado mis dos obras
sobre los animales ocultos.
Afortunadamente, esto va cambiando poco a
poco, aunque he de admitir que no deja de sorprenderme el hecho de que mi
primer libro sobre Criptozoología apareciera junto a la obra de Rafael Alemañ
(Criptozoología: Cazadores de Monstruos) reseñado positivamente en el Boletín
de la Real Sociedad Española de Historia Natural.
Por otra parte, si uno se fija en las diferentes
noticias referidos al asunto, hasta parecen transmitir felicidad en decir que
todo es una gran mentira, que nunca ha habido misterio alguno en el Himalaya y
que Yeti y Bigfoot ni existe ni ha existido nunca. Solo hay que ver el titulo
de un artículo de la BBC: “Los pelos que desmienten la existencia del yeti”.
Resulta que en 2012 un equipo de científicos
de las Universidades de Oxford y de Lausana (en Suiza) anunciaba que iban a
reunir las pruebas que se tenían sobre los legendarios homínidos que había por
el mundo para intentar descubrir que había detrás de todos ellos, en concreto realizando
pruebas de ADN.
Los resultados fueron en general
decepcionantes. La mayoría hablaba de comunes mamíferos de todo tipo, incluido
el hombre. No obstante, dos muestras de cabello parecían coincidir
sorprendentemente con un pariente lejano del oso polar, que se extinguió hace
más de 40.000 años. Pero un año después, se determinaba, como no, que las
primeras pruebas habían sido erróneas, y que en realidad los cabellos pertenecían
a una subespecie de oso del Himalaya.
Pues bingo, ya lo tenían. En base a unos
simples pelos la ciencia más ortodoxa podía asegurar por fin que el Yeti (ni
ninguna criatura simiesca del mundo en general) no había existido nunca, que en
todo caso, simplemente era un oso. Ya no valían para nada, ni las misteriosas
huellas halladas durante décadas ni los cientos de encuentros por parte de
europeos y locales durante tantísimos años. Ni tampoco claro está las palabras
a favor de Jane Goodall y David Attenborough.
La mayoría de criptozoólogos opinan que el yeti podría ser un
descendiente del extinto Gigantopithecus, que era dos
o tres veces mayor que un gorila pero más
parecido a un orangután.
Imagen de Frank Lode
Conviene recordar que hay especies en los
catálogos de zoología de las que solo se tiene un ejemplar, encontrado este con
mucha fortuna, y que sin ese hallazgo, nadie hubiese echado en falta su existencia. De no haber sido hallado ese
holotipo, ¿querría ello decir que no existió? Y también hay especies extintas
hace tiempo cuya existencia se dedujo a partir de unas huellas fosilizadas. Si
estas huellas nunca se hubiesen encontrado, ¿querría decir también ello que
esos organismos nunca existieron?
Reconozco que los propios criptozoólogos no
ayudan demasiado con sus desbordadas emociones, que ha habido muchos vendedores
de humo en todo este asunto, que se han lucrado gracias a la inocencia de
muchos creyentes, hasta que extraña bastante que cada pequeño rincón remoto del
planeta tenga su propia criatura simiesca. Pero por otra parte no puedo
entender el obcecado negacionismo en lo que refiere a la Criptozoología. Es
cierto que sin pruebas más concretas debemos ser cautos, pero en base a lo que
he comentado anteriormente, la no existencia de estas no quiere decir ni mucho
menos que estas criaturas nunca hayan sido una realidad.
En el centro Bernard Heuvelmans,
padre de la Criptozoología
Por mi parte, sigo firme en mi teoría
expuesta en “La esfinge de Darwin y otras historias asombrosas de la
Criptozoología”. Es posible que Yeti y Bigfoot sean los últimos reductos de
unas especies en decadencia, que fueron más comunes hace unos miles de años, y
que ahora afrontan sus últimos días o han acabado extinguiéndose hace tan solo
unas décadas. ¿Qué sentido tiene pues que por toda Norteamérica numerosos
pueblos nativos describan en sus tradiciones a seres simiescos? Incluso de
haberse extinguido hace mucho más tiempo, haber podido sobrevivir en la memoria
colectiva de los lugareños. De hecho, así lo hizo entre los maoríes la extinta
águila de Haast tras su desaparición, reflejada en su mitología en forma de un
aterrador ser volador que mataba humanos. En la realidad, cuando la rapaz se
quedó sin moas que cazar, comenzó a alimentarse de maoríes.
Ahora no queda otra que seguir esperando. Recapitulando,
tal vez todo sea una mentira, o tal vez terminen apareciendo pruebas mucho más
convincentes de las que albergamos. O de existir esas pruebas, nunca aparezcan.
O lo mismo mandamos el planeta a la mierda antes de que sepamos cualquier
verdad.
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