En abril de 2009 fui alertado de que un cetáceo en
descomposición había arribado a la playa de la Caleta, localizada en Tarifa. La
Caleta es una playa de rocas que se sitúa en la parte mediterránea (Tarifa,
punto más meridional de Europa, divide al Mar Mediterráneo y el Océano
Atlántico), muy conocida por los locales, pero al mismo tiempo muy descuidada
al no ser de mucho interés turístico por su enclave y por su dificultad para el
baño.
Habría pasado desapercibida para
mí esa noticia si no fuese porque alguien me comentó que su morfología no
estaba tan clara como para poder certificar a ciencia cierta que se trataba de
un cetáceo, pues apenas se distinguía nada de él. Pese a que me atrae bastante la Criptozoología,
he de decir que no soy una persona fácilmente impresionable, y por consiguiente,
no alucino con lo primero que me cuentan; no obstante tampoco perdía nada por
acercarme a echarle un vistazo.
Acompañado de unos amigos fui a
ver aquel cuerpo, para finalmente saber de que se trataba. Y allí estaba, una
extraña masa de color blancuzca. Recuerdo que también había unos turistas
fotografiándola.
Desde lejos cualquiera diría que
se trataba de algún cetáceo en avanzado estado de descomposición, pero de cerca
esa opinión cambiaba bastante. Aquella cosa a simple vista no tenía rasgos que
lo identificaran con ningún animal. Apenas desprendía el olor que debería emitir
unos restos tan putrefactos como esos. Tampoco tenía moscas encima ni gusanos,
y las gaviotas que se remojaban tranquilamente en el agua pasaban olímpicamente
de él. Y todo ello contando con que, como averigüé, aquella masa llevaba varada
semanas allí.
Revisando su cuerpo tampoco hallé
restos óseos identificables por ningún lado. Uno de mis acompañantes le lanzó
una piedra (siempre hay un gracioso) y esta rebotó como si hubiese chocado con
la rueda de un coche. Y es que aquella masa parecía en cierto modo compuesta de
una sustancia parecida al caucho. Aprecié lo que parecía una aleta, pero ésta
pese a su forma sólo se trataba de un trozo de masa desprendida de la parte
inferior del cuerpo.
Volví al día siguiente con mi
cámara y de paso certifiqué todo lo que había comprobado el día anterior. Esa
mañana realicé las fotografías que muestro en este escrito, y una de ellas la
incluí en mi libro Criptozoología: el
enigma de las criaturas insólitas, publicado en 2010, como ejemplo de lo
que era un globster. Éste termino hace referencia a los cuerpos o restos de
origen animal que aparecen en las playas, y cuya identificación es muy
complicada debido a la ausencia de rasgos característicos que los asocien a
alguna especie conocida. Fue acuñado por el famoso criptozoólogo Ivan T.
Sanderson en 1962 en alusión a un cadáver sin identificar aparecido en Tasmania
en 1960.
En cuanto al que aquí describo,
lo denominé como el Globster de Tarifa. Debido a que aquel año de 2009 fue muy
ajetreado para mí, terminé dejando el asunto de lado. Oí que algún biólogo
marino se había acercado a verlo y había concluido que no era más que un
cetáceo descomponiéndose. Por mi parte, he de decir que yo he visto más de un
cetáceo descomponiéndose, y pese a este proceso, siempre hay indicios claros que
lo identifican como uno de esos mamíferos, algo que no ocurría en este caso.
Regresé al lugar unos meses
después, en septiembre concretamente, por si quedaba algo de él. En efecto,
entre las rocas donde se inicia el muro de contención del Miramar, había
algunos restos del cadáver, muy escasos ya. Realicé algunas fotos con el móvil,
el cual no era de muy buena calidad.
Lo más importante que pude
certificar es que aquel cadáver, como ya observé la primera vez, carecía de
huesos.
Salvo para mí y para algunos
amigos también aficionados a éstos temas, el Globster de Tarifa cayó rápidamente
en el olvido. El gran error que cometí fue no conservar una muestra del
cadáver, y sin ésta, nunca sabremos de qué se trataba en realidad.