Imagina que tú y toda tu familia, incluyendo
toda clase de parientes, habéis vivido aislados en una isla desde hace miles de
años. ¿Cómo os las habríais arreglado para perdurar hasta nuestros días? Se lo
podríamos preguntar a los sentineleses, si no fuese porque, no sin razón, tanto
nosotros como todo el mundo exterior les pone muy violentos.
Resulta que en la Bahía de Bengala existe un
archipiélago en el que se halla la isla Sentinel del Norte, en la cual habita
una sociedad indígena que prácticamente vive en el Paleolítico. Se cree que podrían haber llegado allí hace
unos 60.000 años desde África, y desde entonces apenas han tenido contacto con
el exterior.
Isla de North Sentinel en una imagen de la NASA/Wikipedia
La primera referencia conocida sobre sus
habitantes procede de Marco Polo que en el siglo XIII escribía: “Si un
extranjero llega a sus dominios este será rápidamente muerto y después comido”.
No obstante no hay forma de asegurar que los sentineleses practiquen el
canibalismo. Posteriormente, ya en el siglo XVIII, el explorador británico John
Ritchie tras cartografiar los alrededores de la isla habla de que esa tierra
debe estar bien habitada, en base a las numerosas luces que en la noche se veían
en la costa. Esta cita podría ser motivo de debate ya que sobre estos nativos
se suele asegurar que no hacen uso del fuego.
Tuvo que pasar más de un siglo para que se
registrara el primer contacto con el hombre blanco. Fue una expedición dirigida
por M.V. Portman la que desembarcó en 1880 en la isla. La empresa llevaba
consigo a varios nativos de islas vecinas que avisaron de la hostilidad de los
sentineleses. En realidad no se sabe mucho de este acercamiento, solo que fue
un fracaso ya que los locales huyeron a refugiarse entre la espesura vegetal.
Por ello tal vez no podamos hablar de un contacto real.
El siguiente acercamiento conocido, también
por Portman en el año 1886, terminó de la misma manera, con los sentineleses
otra vez escondidos. Nueve años después el británico volvió a desembarcar en la
isla llevando consigo a un supuesto sentinelés que, habiendo dejado su tierra
en canoa años atrás, se había criado con los Onges de las islas Quince.
Finalmente dieron con algunos habitantes que navegaban en canoa cerca de la
punta noroeste. Tanto el sentinelés que viajaba con Portman como algunos Onges
que también le acompañaron intentaron entablar relaciones mediante llamadas,
pero los escurridizos habitantes mostraron signos de miedo y hostilidad. Para
no provocar males mayores el grupo expedicionario decidió abandonar la isla y
regresar.
Foto: Christian Caron-Survival International
El siguiente encuentro entre blancos y sentineleses
terminó aún peor. En 1896 tres reclusos escaparon de Port Blair llegando hasta
Sentinel del Norte. Dos de ellos se ahogaron entre los arrecifes que rodean la
isla, pero el superviviente no corrió mejor suerte. Fue asesinado por los
locales y su cuerpo abandonado en la playa, que fue luego recuperado por un
barco británico que lo encontró.
A lo largo del siglo XX los encuentros
conocidos han sido muy escasos. Lo cierto es que además de sus malhumorados
guerreros la llegada a la isla se ve dificultada por unas bravas e
impredecibles aguas y un casi impenetrable muro de peligrosos arrecifes
coralinos. Este hándicap hace que durante la mayor parte del año la isla sea
inaccesible, y cuando lo es, tampoco sea fácil llegar hasta ella. Por ello los
marineros la han conocido y temido desde siempre.
Fue finalmente en la segunda mitad del siglo
XX cuando la isla comenzó a llamar la atención de los antropólogos e
investigadores. El 29 de marzo de 1970 un equipo de antropólogos indios con T.
N. Pandit entre ellos se desplazó hasta aquella tierra paralizada en el tiempo.
Ofrecieron pescado a los nativos arrojándolo desde una embarcación. Sin dejar de
lado su conocida hostilidad algunos nativos lo recogieron mientras emitían
gritos. Los miembros de la expedición les respondieron con gestos de amistad,
pero la tensión seguía latente. Entonces ocurrió algo muy extraño: las mujeres empezaron
a agarrar a los guerreros y comenzaron a abrazarse apasionadamente sobre la
arena. Después de un rato esta fogosidad fue disminuyendo hasta retirarse las
parejas hacia el interior de la jungla. No obstante algunos guerreros siguieron
vigilando a aquellos extraños. Los investigadores arrojaron algo más de pescado
que fue recogido por algunos jóvenes, hasta que todos se retiraron.
Un sentinelés agradece a su manera los regalos
que los extranjeros les han dejado
La siguiente conexión acabaría en desastre.
En la primavera de 1974 un equipo de antropólogos, en el que se incluían
policías armados y un fotógrafo de National Geographic, se disponía a realizar
un documental en la isla, que se titularía “Man in search of Man”. Cuando la
lancha consiguió abrirse paso entre los arrecifes, rápidamente y de la nada apareció
un grupo de nativos. A pesar de intentar evitarlo mediante gestos amistosos,
los sentineleses les respondieron con una lluvia de flechas. Cuando la lancha
se alejó de esa zona a una más segura desembarcaron y dejaron unos desacertados
regalos en la arena: algunos cocos, un cerdo vivo atado, un pequeño coche de
plástico, una muñeca y papel de aluminio. Tras volver a la lancha esperaron
para ver la reacción de los isleños. Y otra tanda de flechas fue lo que
recibieron, alcanzando una de ellas al director del documental en el muslo
izquierdo. El nativo que hirió al director se sentó sonriente y orgulloso a la
sombra de un árbol, y poco tiempo después sus camaradas se retiraban llevándose
consigo solo los cocos y el papel de aluminio.
También en 1974 se intentó un encuentro más,
esta vez trayendo a 3 nativos Onge, que entre el pánico de estos y la
inamovible hostilidad de los sentineleses resultó infructuoso. No se pudo
siquiera saber si los isleños entendían los mensajes de amistad que a través de
un altavoz emitían los Onge. Un año después hasta el exiliado rey de Bélgica
Leopoldo III tuvo su contacto a una
distancia segura mientras navegaba en un crucero nocturno por las aguas de la
isla.
Cambiando de maniobra, con repetitivas
expediciones y regalos como alimentos, en la década de los 90 los científicos
finalmente lograron que los sentineleses se habituaran a sus viajes. De esta
manera pudieron filmarlos, y sin ningún peligro, recogiendo los regalos.
Una filmación de la tribu realizada en los años 90
Pero entonces las voces críticas se alzaron
contra estos avances. Lo que todo ello lograría sería una dependencia de los
sentineleses hacia el mundo exterior, cuando por sí solos se las habían apañado
durante tantísimo tiempo. Por todo esto los contactos cesaron de inmediato.
Al producirse el tsunami de 2004 en la
costa asiática se encendieron todas las alarmas. ¿Habrían sobrevivido los
primitivos hombres a semejante catástrofe? Tres días después del desastre un
helicóptero sobrevoló la isla en busca de supervivientes. Cuando los
tripulantes del pájaro de hierro divisaron a un guerrero disparándole flechas y
otros tirándoles piedras, pudieron respirar aliviados. En realidad no sabe qué
población más o menos exacta de habitantes hay en la isla, ni hasta qué punto
el tsunami de 2004 pudo afectar a esta.
Un sentinelés dispara con su arco al helicóptero que tras el tsunami
de 2004 sobrevoló la isla en busca de supervivientes.
Foto: Indian Coast Guard /AP
Hasta el día de hoy los sentineleses
mantienen su ancestral esencia de cazadores-recolectores. Habitan en refugios
muy simples o más elaborados con pisos elevados. Saben aprovechar los
materiales que ausentes en la isla les suele traer la marea, como por ejemplo
el hierro con el que fabrican sus armas y otros artículos. Y también siguen
manteniendo la hostilidad que en gran parte les ha hecho populares: en 2006 le
quitaron la vida a dos pescadores ilegales que llegaron hasta sus dominios.
Fuentes:
- http://lacienciaysusdemonios.com/2010/07/24/los-irreductibles-de-north-sentinel-island-la-sociedad-humana-mas-aislada-del-planeta/
- Wikipedia
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