En 2008, año en el que residí en la ciudad de Valencia, decidí, como no, visitar el Oceanográfico. Recuerdo que tras recorrer las primeras salas, ya no quise moverme de una de ellas. Puede parecer exagerado, pero me costaba creer lo que tenía ante mis ojos. ¡En uno de los acuarios había ejemplares de Macrocheira kaempferi, el centollo gigante japonés o cangrejo araña gigante! Pero para comprender mi fascinación por este animal, hemos de retroceder mucho atrás en el tiempo, hasta mi niñez.
Ejemplar de Macrocheira Kaempferi del Oceanográfico de Valencia
Tendría unos diez u once años, y cada una o dos semanas me encantaba acercarme a la biblioteca a recoger un libro. Recuerdo que estaba algo pachucho, como a punto de ponerme enfermo, pero ello no me impidió faltar a mi cita. Así fue como di con un completísimo libro sobre crustáceos y moluscos (del cual no he logrado recordar su nombre exacto), eso sí, muy viejo ya. Aunque parecía prometer, en el momento no lo vi en profundidad, pues hacía frío y llovía, y de lo que más ganas tenía en ese momento debido a mi estado era de volver lo más pronto posible a casa. Una vez en el nido familiar, mi salud empeoró, y en la cama empecé a rememorar los días anteriores. Como niño algo flipao, y rodeado de más amigos flipaos, me pasaba horas, en pleno invierno, buscando bichos en el campo y en los charcos, y sobre todo, nos daba a todos por echar divertidos partidos de fútbol bajo la lluvia. Evidentemente todo aquello tarde o temprano tenía que pasarme factura.
Tras una noche de fiebre, al día siguiente mis padres descartaron evidentemente mi asistencia al colegio. Recuerdo observar a través de los cristales de mi ventana que llovía bastante, y tras tomar algo caliente, le pedí a mi madre que me trajera a la cama el tan estropeado libro que había recogido el día anterior.
Imagen: Lycaon (Hans Hillewaert)
Inmerso en su emocionante contenido repleto de toda clase de moluscos y crustáceos, viajé por todo el globo, hasta llegar al continente asiático, y concretamente a Japón. Y allí estaban, un par de páginas enteras dedicadas al centollo gigante japonés, y en ellas se podía observar una ilustración de su enorme exoesqueleto en un museo, que ocupaba la parte superior de las dos páginas. Si ya de por sí me entusiasmaban los crustáceos (y todos los artrópodos en general, como ya habré repetido en otras entradas) saber que existía un cangrejo con éstas proporciones fue un éxtasis total para mí. Leí que podían llegar a medir hasta cuatro metros y que habitaban las profundidades marinas de Japón. Había además algunos antiguos dibujos de estos cangrejos atacando a los bañistas en las playas.
Enorme ejemplar conservado en el Museo de Historia Natural
Tiempo después intenté volver a coger el mismo libro pero ya no estaba. No sé si alguien se lo llevó o había sido desechado debido a su mal estado. Y para colmo, ni aparecía registrado en los archivos de la biblioteca. Algo raro raro raro de verdad.
En la actualidad la biología de este animal no es muy extensa. Efectivamente, como decía aquel libro, su tamaño puede llegar a los 4 metros de ancho y los 20 kilos de peso. Se trata pues del mayor artrópodo viviente conocido. Puede hallarse a profundidades de hasta 600 metros, principalmente al sur de la isla japonesa de Honshu.
Muda del centollo gigante japonés expuesta en el Oceanográfico de Valencia
Inexplicablemente, éste no es un animal muy habitual en libros y documentales, y por ello en mi libro “Criptozoología: el enigma de las criaturas insólitas” decidí incluirle a propósito de ciertas especies de desproporcionados tamaños que habitan Japón.
En mi visita al Oceanográfico de Valencia pasé tanto tiempo frente a estos bichos, que a cada rato acudía un vigilante a observarme a mí. Y es que nunca pensé que este casi desconocido crustáceo se mantuviera en aulas marinas, y menos aún que, aunque se trataran de ejemplares jóvenes y no muy grandes, algún día llegaría a verlos con vida.