En Junio de este año se produjo el
que probablemente sea el encuentro animal en plena naturaleza más importante de
toda mi vida. Puede parecer una exageración, pero cuando te obsesionas con unos
fantásticos animales como los odonatos, que se pose ante ti, con una tranquilidad
imposible para que le hagas un book entero, nada más y nada menos que un macho
de Macromia splendens, poco más se
puede decir.
Con mi viejo y humilde 200 mm y
sabiendo de lo escasa y lo difícil de fotografiar que es esta especie, jamás
hubiera imaginado que en mi segundo año como gran aficionado a los odonatos recibiría
este regalazo de Gaia. Y los que saben de estos insectos saben que estas
oportunidades pocas veces se presentan. Además, la guinda al pastel la pusieron
las especies también escasas Oxygastra curtisii y Gomphus graslinii.
Un precioso macho de Macromia splendens
Lo curioso de todo es que para
esta segunda temporada simplemente me conformaba con fotografiar una especie
muy común en el Parque de los Alcornocales como es Cordulegaster boltonii, la que probablemente se haya convertido en
mi favorita. La historia de mi obsesión con esta “libélula tigre”, como se
conoce vulgarmente, comienza en septiembre del año pasado. En una ruta es busca
de libélulas pude apreciar un ejemplar a lo lejos, y acercándome lo que pude
hice varios disparos, creyendo que habría conseguido unas fotos aceptables. Al
llegar a casa me percaté de que las imágenes no eran nada buenas. Sólo se
salvaba una y con muchísimo retoque. Hasta octubre no pude volver al lugar,
pero tras tres días de búsqueda tuve que concienciarme de que ya era demasiado
tarde; la época de la libélula tigre se había acabado. Finalmente, tras siete meses
con ella en la cabeza, en mayo de este año obtuve la primera instantánea de un macho
joven, al que le seguiría una buena colección de fotos a lo largo de todo el
verano.
Sin duda, mi especie favorita: Cordulegaster boltonii
Volviendo a la patilarga Macromia splendens, un par de semanas
después de mi encuentro con ella visité con mi hermano un conocido santuario de
la especie: el majestuoso Hozgarganta a la altura de Jimena de la Frontera. Con
toda la belleza de este río y el lugar, quizá haya sido el día que más me decepcionó.
Llegar tan lejos para un día tan caluroso, y elegir un transecto con rocas tan
enormes que dificultaban demasiado la movilidad, desmotivaba bastante. Las
veces que vimos cosas interesantes como una cópula de Oxygastra curtisii o ejemplares de Boyeria irene se hicieron prácticamente imposibles de fotografiar; al mínimo
acercamiento volaban lo más lejano posible de nuestro alcance. Al final mi
hermano si pudo captar un par de tomas de un ejemplar inmaduro de B. irene. Yo me quedo con haber
observado la primera emergencia de una libélula (de Onychogomphus forcipatus)
en un río tan bonito y espectacular. En cuanto a M. splendens, ni rastro de ella.
De los tramos del Hozgarganta que elegimos para explorar, algunos
eran medianamente accesibles y otros nada accesibles
La
importancia de M. splendens radica en que es un reducto pleistocénico, una
reliquia que ha sobrevivido a las glaciaciones y que se encuentra en peligro
crítico de extinción. Sólo sobrevive en la región suroriental de Francia y en
algunas localidades de la península Ibérica.
Onychogomphus forcipatus del río Hozgarganta recién emergida
Otro
buen momento del verano a destacar fue el encuentro con la preciosa y pequeña Paragomphus genei, incluyendo además cópulas
de la especie.
Cópula de Paragomphus genei
En resumen, puedo decir que la
temporada, a pesar del poco tiempo libre que he tenido para hacer expediciones,
ha sido más que satisfactoria. Para el año que viene espero dar con Boyeria irene y con otra rareza más como
es Zygonyx torridus, con la que
tendré que moverme algo más si quiero llegar a verla. Y por supuesto intentaré volver
al maravilloso Hozgarganta para quitarme esa espinita clavada.
Así que
esperaremos, a ver lo que nos trae la nueva temporada.
Dos odonatos protegidos: arriba joven macho de
Oxygastra curtisii y abajo hembra de Gomphus graslinii
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