Dicen que los kelpies, caballos acuáticos de
los ríos escoceses, pueden aparecer en forma humana o equina. Como humanos,
dejan el líquido elemento y se presentan con la figura de una persona peluda y
desgarbada, que espera a que pase alguien a caballo para saltar con rapidez a
su grupa. La manera que tiene el aterrado y desconcertado jinete de sentir a su
inesperado pasajero es mediante dos brazos peludos que le rodean y aprietan en
un abrazo mortal. De esta manera pierde el control sobre el équido, que galopa
salvajemente a lo largo de la orilla, hasta que el kelpie cansado del juego vuelve
a saltar al agua.
Cuando el kelpie se deja ver en forma equina,
lo hace como un maravilloso corcel que espera junto al camino a que pase un
caminante cansado. Si el viandante es tan imprudente de montarlo, el kelpie se
lanza al río, nada hasta la parte más profunda y se esfuma. Habrá entonces que
compadecer al incauto jinete si este no sabe nadar…
Pero no crean que siempre el kelpie se sale con la suya. El que sea conocedor de su naturaleza puede llevar una brida (elemento usado en el arte ecuestre) corriente y cuando vea al fabuloso ser acuático, saltar sobre su lomo y cambiarle rápidamente una brida por otra. Así podrá obligar al kelpie a trabajar para él, pudiendo además hacer uso de la brida para la magia. No es conveniente sin embargo conservar al kelpie y su brida por mucho tiempo, ni hacerle trabajar en exceso, pues podría maldecir a su captor y a toda su descendencia hasta el fin de los días.
También cuentan que los kelpies devoran seres
humanos, pero lo más seguro es que lo estén confundiendo con los Ech-Ushkya,
que si se sabe que comen personas. Lo hacen primero apareciendo como
espléndidos caballos, fáciles de montar y llevar, pero no pudiendo aquel que lo
haga desmontarlo después. Luego el Ech-Ushkya galopará con su víctima hacia el lago,
y solo a la mañana siguiente, cuando algunos fragmentos de su cuerpo aparezcan
flotando en la orilla, podrá certificarse su ya sabido destino.
Fuente: Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, de Michael Page y Robert Ingpen.
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