Por fin, tras un año con muy pocas actividades
a causa de la temporada tan lluviosa que hemos tenido en Andalucía, otro sueño
más estaba a punto de hacerse realidad: nuestro viaje por Escocia e Inglaterra.
La costa malagueña
Llegada a Escocia
En mi opinión, con tan pocos días de estancia
en un país la mejor forma de conocer sus rincones más característicos son los
tours que ofrecen diferentes compañías.
En esta ocasión nosotros contratamos varios
con Viajar por Escocia y la experiencia en general ha sido buena. Los guías
todos muy simpáticos, profesionales y en la mayoría de casos bien documentados.
La pega es que la forma de narrar de alguno se hacía muy empalagosa y hasta
llegaba a cansar, como demasiado "happy flower"; de igual manera nos
encontramos con el forzado castellano al que recurren algunos paisanos andaluces,
como si por hablar andaluz, algo castellanizado si hiciera falta para los menos
acostumbrados, no lo fuese a entender nadie. Pero bueno, quizás no es más que el reflejo del complejo que en
España a los sureños nos han metido desde niños. No obstante, un guía compatriota
a pesar de haber vivido fuera bastante tiempo no se cortaba en expresarse con
el habla de su tierra, algo que agradecí bastante.
Día 31 de mayo. Fantasmas, brujas y otros misterios
Como toma de contacto con la ciudad, para el
primer día reservamos el Tour de los fantasmas, misterios y brujas, con dos
horas de recorrido por algunos de los rincones más encantados de Edimburgo, y
lo mejor, incluyendo una parada en un antiguo cementerio casi cerrándose la
noche.
Hay que recordar que Escocia es uno de los países, si no el primero, con más apariciones fantasmales del mundo.
Día 1 de junio. Hacia las Highlands y el Lago Ness
Si hay algo que personalmente me interesaba
de Escocia era visitar uno de los templos de la Criptozoología: el lago Ness.
Solo hay que echar un vistazo a mis dos primeros libros publicados para saber
por qué.
Estatua en homenaje a los míticos kelpies
La empresa ofrece dos opciones de ver el
charquito: uno con la posibilidad de navegar por el lago y otra con la visita
al castillo de Urquhart. Aunque la segunda era también muy atractiva, lo cierto
es que no nos costó decidirnos por la primera.
Así, partimos sobre las 9 de la mañana desde
Edimburgo atravesando primero las tierras bajas escocesas para poco a poco ir
adentrándonos en las Highlands, no sin antes hacer una parada para visitar unas
simpáticas vacas peludas características de estas tierras.
El cielo se iba nublando poco a poco como
anticipo de nuestra incursión en uno de los lugares más esperados del trayecto:
las tierras altas escocesas.
Tras un paisaje de ensueño, que es donde de verdad
te das cuenta de donde te encuentras, pasamos por el Páramo de Rannoch y hacemos
una parada en el Valle de Glencoe.
Reanudamos la marcha hacia el esperado
encuentro con Nessi pasando por numerosos lagos como antesala al más popular de
todos.
La llegada a Fort Augustus, desde donde
partiríamos en barco, es lo que uno se esperaba: un pueblecito que vive, como
es lógico, del turismo creado en torno al monstruo del Lago Ness.
Contamos con dos horas de margen, una para ir
al baño, comer y comprar algún recuerdo mismo, y otra para navegar.
¿La futura comida de Nessie?
Entre tanto
necesario preparativo, el paseo no es que sea muy largo, pero regresar a casa
sabiendo que has surcado por las aguas de este mágico lugar nos mereció, y
mucho, la pena.
De nuevo en marcha, la siguiente parada la hacemos en un lugar de
honra y recuerdo a los militares escoceses denominado Commando Memorial.
Y es desde allí desde donde se puede divisar de mejor manera el que es el pico más alto de Reino Unido, el Ben Nevis.
Entre más y más paisajes, observamos las denominadas casas de la honestidad. Como los habitantes de las Highlands están muy separados unos de otros, cuando en sus producciones personales hay excedentes lo depositan en estos lugares. Entonces los visitantes pueden pasar por ellos y en base a la cantidad económica que crean oportuna, llevarse algunos de estos productos, habiendo hasta un recipiente con cambio por si fuera necesario. Quizás no haga falta decirlo, pero este sistema en los países del sur europeo se antoja un poco inviable…
Y como última parada antes de regresar a
Edimburgo, el pueblo de Pitlochry, supuestamente de los más bonitos de las
Tierras Altas, aunque para nosotros no fuera para tanto. O tal vez sería que no
lo vimos a fondo.
Terminamos, con el sol poniéndose por unos de
los puentes más destacados de la ciudad, una maravillosa jornada de nada menos
que doce horas que acabó repercutiendo en mis cervicales por culpa del autobús,
que aunque era nuevo, el asiento no terminaba de llegar bien hasta mi cabeza; y no es que uno
mida lo mismo que William Wallace.
Día 2 de junio. Edimburgo
En esta jornada nos tocaba quedarnos por la
ciudad y, como no, primero visitar El Castillo de Edimburgo.
Poco puedo decir de él que no se haya escrito
ya, además de que toda información sobre el mismo se encuentra en la página
oficial. Resaltaría las maravillosas vidrieras, “las joyas de la corona”
compuestas por la Corona, la Espada del Estado y el Cetro que no se pueden
filmar ni fotografiar, así como los sótanos donde de mala manera se hacinaban
los prisioneros.
Y por otra parte mi emoción se centraba en
que me encontraba en el mismo lugar donde Mike Oldfield presentó al mundo su
Tubular Bells II en 1992.
Posteriormente nos fuimos directos al Museo
Nacional de Escocia buscando parte de un popular juego de ajedrez vikingo
hallado en una playa escocesa y lo que me encontré fue mucho más
emocionante.
Ciervo gigante
Escarabajo Goliat
Celacanto (Latimeria chalumnae)
Suponiendo que eran originales, tenía ante mí
animales extinguidos por mano del hombre en tiempos recientes.

De izquierda a derecha: cornamenta de antílope azul, cráneo de
vaca marina de Steller y cráneo de uro.
Por fin pude observar frente a frente al tilacino, al quagga, a la paloma migratoria, a la vaca marina de Steller (o más bien su cráneo) y un esqueleto del dodo entre otros especímenes.
Sabiendo que mi obra publicada más preciada se centra en esta temática, se podrá entender más fácilmente esta sorpresa.
De izquierda a derecha: cornamenta de antílope azul, cráneo de
vaca marina de Steller y cráneo de uro.
Huevo de ave elefante
Huevo de moa
Por fin pude observar frente a frente al tilacino, al quagga, a la paloma migratoria, a la vaca marina de Steller (o más bien su cráneo) y un esqueleto del dodo entre otros especímenes.
Sabiendo que mi obra publicada más preciada se centra en esta temática, se podrá entender más fácilmente esta sorpresa.
La pena es que debíamos irnos a comer antes
de que comenzara la siguiente actividad, y por ello no pude detenerme en cada
interesante rincón del edificio como me habría gustado.
Ya con el estómago lleno y repuestas las
fuerzas, nos dirigimos de nuevo hacia el centro para visitar la ciudad
subterránea, o lo que otrora fuera la anterior Edimburgo.
Recorrer un subsuelo tan histórico retrocediendo
al siglo XVII merece mucho la pena, pero por contra no dudan en metértela con
el típico “no puedes hacer fotos porque luego te quiero vender la que yo te hago”.
Queda claro que no accedimos a comprar la nuestra, aunque si nos llevamos un
par de postales a 50 peniques cada una del lugar principal de la visita, el Mary
King’s Close.
Mary King’s Close. Foto: The Continnuum Group
Desde que comenzamos la actividad había empezado
a llover y así siguió durante toda la tarde. Por ello, y porque casi todo menos
los restaurantes y bares cerraban a las 5, nos dedicamos a hacer algunas
comprillas y retirarnos a casa a descansar que lo necesitábamos bastante.
Día 3 de junio. Castillos
La mañana comenzaba con lluvia, y todo
parecía pronosticar que el día entero transcurriría pasado por agua. Afortunadamente, según nos alejábamos de la capital la cosa iba mejorando.
Este tour, llamado “de los castillos” (aunque
en realidad solo visitamos dos) tiene su primera parada en el Castillo de
Glamis.
El lugar es de gran belleza, como sacado de
una película de Disney, pero no muy adecuado a la Escocia que nosotros
deseábamos conocer.
No cabe duda de que este es un lugar con
mucha historia, pero lo vimos como demasiado elitista, y por ello decidimos no
entrar. Preferimos disfrutar de sus preciosos jardines y alrededores.
A pesar de todo, las personas montadas en
carruajes que continuamente pasaban por nuestro recorrido nunca dejaban de
saludarnos de muy buena manera.
Al término de esta parada continuamos hacia el pueblo costero de Stonehaven, en el Mar del Norte, donde en su playa
cubierta de niebla nos sentamos a comer.
Seguidamente volvimos al autobús para en muy
poco tiempo llegar a nuestro esperado próximo destino.
Lo primero que hay que decir es que solo por
vivir este momento mereció la pena nuestro viaje a Escocia.
Las imágenes, que no igualan para nada el
verlo en persona, hablan por sí solas, siendo su ubicación lo que convierte al castillo de Dunnottar en uno de los más elogiados del país.
Se podía entrar en él, pero dado el contado tiempo
del que disponíamos decidimos disfrutar de todos los ángulos posible para
fotografiarlo desde fuera, y por supuesto, bajar hasta la playa próxima donde
nos deleitamos con delfines, un sinfín de aves marinas y, como no, mis queridos
invertebrados marinos.
Despidiéndonos con mucho pesar de esta
maravilla, seguimos nuestro rumbo hacia la ciudad de Dundee, donde se encuentra
el barco RRS Discovery con el que el capitán Scott viajó a la Antártida.
Y tras esta agradecida última parada, pusimos
rumbo de nuevo a Edimburgo donde una vez más pudimos contemplar sus majestuosos
puentes.
Día 4 de junio. Acantilados blancos de Dover
Desde Edimburgo pasamos a territorio inglés,
y combinando trenes en Londres, viajamos hasta nada menos que Dover para
caminar sobre sus famosos y espectaculares acantilados blancos.
Tras más de seis horas de trenes, eso sí, muy
cómodos, pusimos nuestros pies en la sureña ciudad, desde donde tras unos 35
minutos, y haciendo alguna que otra pregunta, llegamos a nuestro destino.
El inicio, por llevar nuestros bártulos a
cuesta, se hizo algo duro. Pero una vez llegamos al primer mirador nos dimos
cuenta de que todo lo recorrido lo había merecido.
Durante la ruta principal que te lleva hasta
el faro, la costa acantilada se hace lineal y no hay muchas calas, pero las que
te encuentras son suficientes para maravillarte con el contraste entre el
blanco de las paredes, el verdor vegetal y el azul del mar.
Entre las verdes hierbas nos cobijamos del
viento frío de ese día, y tan a gusto nos encontrábamos que la comida nos supo
mucho mejor todavía.
Con Francia asomando tímidamente sobre las nubes al otro
lado del Canal de La Mancha, este bienestar natural solo se aproximaba a mi
querido Estrecho de Gibraltar con África tan próxima.
Solo disponíamos de unas horas, así que
concluido el trayecto dimos la vuelta para no perder el tren, que nos llevaría
de nuevo a Londres y de allí hasta Wakefield donde nos esperaba la familia.
Cuando solo Juego de Tronos no te da para vivir...
Durante el cambio de estación en Londres
¡Objetivo conseguido!
Día 5 de Junio. Wakefield-Leeds
Esta jornada nos la tomamos con calma, y por
la tarde nos desplazamos hasta la ciudad de Leeds.
De esta, o más bien de lo que vimos, poco que
señalar. Yo principalmente la conocía por el buen papel que su equipo estuvo
realizando durante algunas temporadas en la Champions.
Hablando la jornada anterior sobre lo
llamativos que son los viejos cementerios anglosajones, indagamos sobre los de
la zona y por unas imágenes dimos con uno en Leeds, el Lawnswood
Cemetery.
Como las ciber-imágenes ya anunciaban, la antigüedad, el abandono y las elaboradas
esculturas que ciertas lápidas mostraban parecían transportarte a un mundo
basado en los escritos de Becquer y Poe y en las películas de Tim Burton.
Nunca había realizado tantas fotografías en
un cementerio, pero esta ocasión, por encontrarme en un lugar tan llamativo,
así lo requería.
La última visita de este viaje antes de
dirigirnos al aeropuerto nos llevó hasta Oakwell Hall, en Birstall. Esta casa,
que no se escapa de historias de fantasmas, fue construida en 1853, y tras
visitarla la escritora Charlotte Brontë, sirvió de inspiración para su novela
Shirley.
La pena es que se encontraba cerrada, algo
que no impidió que nos pilláramos unas bebidas calientes y paseáramos por la
fabulosa área forestal de sus alrededores.
Y de aquí ya tocaba dirigirnos al aeropuerto, y
con la eterna sensación de que nunca has terminado de ver lo suficiente, volver
a casa con una gran cantidad de escenarios y momentos vividos.